jueves, 26 de julio de 2007

La sabiduría de Blancarte

No es que sea mi amigo ni mi gurú ni nada, pero Roberto Blancarte, que normalmente es muy sensato en su columna de Milenio Diario (aparece los martes), ahora sí se lució con esta muestra de sabiduría política. ¡Disfrútenla!
Martín

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La violencia y sus peligros
http://www.milenio.com/mexico/milenio/firma.asp?id=532132
Roberto Blancarte
Milenio Diario, 24 de julio de 2007


La violencia es una de las constantes de la sociedad. Por eso, los seres humanos han inventado fórmulas para controlarla, dirigirla y eventualmente reemplazarla en las relaciones cotidianas. En los llamados Estados de Derecho, la violencia ha sido monopolizada bajo el supuesto de que dicho Estado responde a las necesidades de todos. Pero cuando esto no es claro, surgen los problemas. Algunas personas comienzan a pensar que no puede haber justicia si no cambia el sistema político o las estructuras de poder. Y cuando el Estado se ve amenazado y su historial democrático es débil, el peligro de la violencia descontrolada aparece. México no está exento de ese riesgo.

Contrariamente a lo que se suele asumir, en este tipo de guerras, que pueden llamarse de liberación, revolucionarias o terroristas, según la perspectiva que se tenga, quien lleva las de perder no es el Estado, sino el opositor. En primer lugar porque el Estado es impersonal y se reproduce. Mientras que la violencia opositora suele desaparecer si es descabezada, a menos que tenga una base social importante que le permita el reemplazo permanente de la dirigencia. Véase el caso de Sendero Luminoso, que después de haber amenazado al Estado peruano durante años, se desmoronó casi de la noche a la mañana con la caída de su líder. La batalla suele ser desigual, aunque no lo parezca, porque el Estado sabe por lo general hacia quien dirigir la violencia, mientras que la estrategia de la oposición armada suele ser más difusa. Osama bin Laden es, por ejemplo, un objetivo específico para Estados Unidos, que pone incluso un precio por su cabeza. Aunque los terroristas islamistas pueden golpear prácticamente cualquier objetivo norteamericano, sobre todo fuera de territorio estadunidense, su “éxito” suele ser muy relativo, pues difícilmente harán caer el dominio de Occidente, por más golpes espectaculares que sean capaces de asestar.

La segunda razón por la que el Estado tiende a ganar la batalla de la violencia es porque sus recursos son prácticamente inagotables, frente a los de la oposición armada. A menos que se trate de un pequeño Estado frente a una oposición con fuerte base social y bien pertrechada. Pero a largo plazo, las posibilidades suelen estar del lado del Estado. Ni en Colombia ni en Filipinas las guerrillas tienen posibilidades reales de derrocar a los gobiernos establecidos. Como en Chiapas, nunca el EZLN estuvo cerca de ganar algo más que batallas mediáticas.

Por eso, aunque a algunos les parezca absurdo, lo que se espera de un Estado democrático es que respeten los derechos humanos de sus contrincantes, sean éstos combatientes o no. Cosa que no siempre sucede, como las prisiones de Abu Ghraib y Guantánamo testimonian. Los propios críticos estadunidenses del gobierno de Bush están preocupados no tanto por las consecuencias directas que el inhumano tratamiento está teniendo en el acrecentamiento del odio de muchos árabes y musulmanes contra Estados Unidos, sino por el efecto que estas medidas puedan tener en materia de libertades dentro de su país.

Me pregunto si no estamos entrando en México en una zona de riesgo para nuestras frágiles libertades. El presidente Calderón inició su gobierno dando claras señales de que buscaba el fortalecimiento del monopolio estatal de la violencia frente a todos aquellos que cuestionaban el mismo. Su objetivo señalado, aunque no el único, fue el narcotráfico. Al parecer la campaña ha sido exitosa, no tanto por el número de narcotraficantes atrapados o por las cantidades de droga decomisada, sino porque se ha puesto límites a una violencia que parecía estar fuera de control. Pero ahora la liebre saltó por un lado inesperado, el de una guerrilla que daba la impresión de estar dormida y que parece alimentarse de la insatisfacción social y política de muchos, en un ambiente político tensado por las elecciones federales de 2006.

El gobierno puede, entonces, legítimamente pretender la recuperación del monopolio estatal absoluto de la violencia. Pero hay varias maneras de hacerlo. Uno es usando la ley y el Estado democrático de derecho y el otro es imponiéndose por encima de cualquier criterio de respeto a los derechos humanos de los opositores. En España, el famoso grupo antiterrorista llamado GAL terminó por hacer caer al gobierno de los socialistas antes que eliminar a la ETA. En Italia, por el contrario, las Brigadas Rojas fueron perseguidas implacablemente, pero siempre con la ley en la mano. Al final, el Estado italiano logró su total desarticulación, sin hacer perder a los ciudadanos sus libertades y sin debilitar su democracia. En el caso de México, me parece claro que el Estado no está en riesgo de perder el monopolio de la violencia por causa del EPR o de cualquier otro grupo guerrillero. Acecha el peligro, por el contrario, de que si la violencia no es bien manejada se vulnere el frágil Estado de Derecho que estamos construyendo. En otras palabras, no es el momento de iniciar otra época de desapariciones, sino de mostrar la fuerza de una democracia consciente de la necesidad de respetar los derechos humanos de todos, incluso de aquellos que ponen en cuestión el monopolio estatal de la violencia.

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